Habrá un rocoso estero
donde dos extraños
erosionen las botas
y los corazones,
abriendo senderos,
mintiendo “te amos”
y trazando proyectos.
Eso ya está pasando,
en un intangible espacio,
en otra línea de tiempo.
Habrá un nido araucario,
donde el hogar azul
no sea de hielo,
la lluvia salada
caiga hacia arriba
y el horno de barro
tenga fuego.
Eso ya está pasando
en un Universo cercano
en otra línea de tiempo.
Habrá una dulce quimera
donde esos incautos
prometan y cumplan,
más allá del abrazo,
más acá de la niebla,
la hazaña de amarse
como se propusieron.
Donde huyan los fantasmas,
y canten las hadas
boleros de silencio.
Eso ya está pasando,
al final de mi desierto,
en una orilla paralela,
en otra línea de tiempo.
La forma
en que te echo de menos
está prohibida
por todos los tratados
internacionales
de derechos humanos.
Nadie le dijo a mi corazón,
al firmar ese documento
donde se comprometía a ser feliz
con la decisión de amarte
de lejos,
que la letra pequeña
también era importante,
que toda buena oferta
siempre tiene trampa,
que toda gran promesa
implica un riesgo,
un asterisco,
un sesgo.
La forma
en que te echo de menos
es el colmo de todos los delitos
desde la era de piedra.
Tan ilegal como torturarse
sin testigos
ni herramientas
y en secreto.
Tan demencial como rebanarse
las certezas absolutas
a corte de martillo,
sin anestesia,
sin prepararse.
Así, a palo seco.
No, este echarte de menos
es tan cretino
que clama al infierno.
No hay madres,
ni plazas
ni mayos
suficientes en la Tierra
para callar este grito
y no ir a la cárcel.
Porque juro que yo no sabía
que el amor remoto
dolía como muela
de gigante
o hachazo de vikingo,
al rubricar el papel
nunca vi ese algoritmo.
La forma
en que te echo de menos
no tiene nombre
y me parte el pecho
con un vacío asesino
y un puñal de cemento.
Fui tan ansiosa,
tan ilusa
y tan poeta
cuando juré a los dioses
que te amaría
en la distancia
y en el tiempo,
que si llego a saber
que la letra chica
hablaba de esto,
me corono como diosa,
reinvento el Universo,
cambio sus reglas,
te traigo a mi lado,
agarro el contrato,
lo hago pedazos
y apago el teléfono.
Chile, 2018.
Me iré,
siempre me estaré yendo,
cada lugar cambiará mi vida
y alumbrará otro sendero.
Que mi estadía deje huella
sin manchar el suelo,
que mi silencio deje un poso
y no tan mal ejemplo.
Pero yo me iré.
Vuelvo a anestesiar
mi corazón de hielo,
y trato de amputar
este hogar nuevo,
enraizadas mis arterias,
ahora quieren zafarse
y, una vez más,
no sé por qué:
¿por orgullo?
¿por libertad?
¿por cobardía?
¿por desapego?
Dicen que huyo
de fantasmas del pasado,
de ruidos de cadenas,
de heridas de alambre,
de ripios de pared,
de amores carceleros,
de oficios mañaneros,
de alarmas y de jefes,
de hijos que mecer.
Que soy impredecible,
inasible,
inconsecuente,
yegua salvaje,
aprendiz de gitana,
peregrina sin fe.
No quise contratos,
ni un lecho de seda,
ni un palacio de mármol,
ni un sí quiero forzado
por miedo a perder.
Quise carpa, mochila,
vaqueros raídos,
la ley de atracción,
un pulgar y dos pies;
un plañir de guitarra,
un consejo oportuno,
una mirada indefensa:
“quiero volverte a ver”.
Esa es la tregua
de mi ayuno,
mi última tentación,
mi traspiés,
mi mapa del tesoro,
mis migas de pan,
el fin de la orfandad,
mi inmadurez:
el brillo de unos ojos,
un abrazo suicida,
una mano tendida
y un pedazo de papel.
Dejaré un poema,
un decreto,
una idea,
una pregunta,
una grieta.
Me llevaré un anhelo,
una fantasía,
una tormenta,
un déjà vu,
un revés.
Tragaré mis lágrimas,
doblaré mis fierros,
soltaré mis anclas,
lanzaré mis remos,
venceré al ayer.
Surcaré los mares,
asaltaré otras indias,
pariré otros versos,
romperé otros pechos
y, con suerte,
que Dios lo permita,
… te olvidaré.
Caneto, Huesca, 13-19/06/23.