PRÓLOGO DE JOSETXO DEALZA

(Prólogo al libro “Secretos invertidos”)

 

Entrar en la poesía de Mireya es como entrar en su estancia privada y ver en cada coma, en cada rima, algún trozo de garganta exhibida al filo del acero, ese gesto de piel herida hecha palabra justa. Sientes que debes detener tus ojos, dejar de leer, como si cuajara la idea incómoda de ser un intruso que llega sin permiso y descubre un desorden íntimo. Pero te quedas y respiras ese aroma maldito que te dice que estas palabras están habitadas por alguien verdadero, que tiene bulto y que deja ahí sobre su cama deshecha, ciertas prendas tiradas que proceden de su alma descolocada. Lo maldito es su ausencia; la sientes en un instante como pérdida irreparable y el primer gesto es de desolación y rabia por no haber estado ahí, en esa instancia, cuando aún ella era bulto, fragancia o sufrimiento. Rabia por no haber sido habitante de su verso.

 

Mireya tiene una voz sentida, sencilla, con una claridad poco común, nada solemne, entendiendo la solemnidad como el defecto más común entre la gente de poemas. Eso probablemente le viene de su lado práctico, pero no entierra su aliento que se revela en el desgarro y tiene peso. Solo se hace verdadera poesía con lo que hiere. La vida es una herida constante, un magnífico morirse, tanto de asombro como de goce o de desesperación. Quienes sentimos esa rozadura que no cesa, necesitamos aventar lo espléndido y lo triste. De cómo se expresa noto una candidez de adolescente que a la vez fascina y asombra. Lo que fascina es lo abierto, la voz clara, una frescura que parece inverosímil en una mujer que se sabe madura. En su expresión lírica eso se transparenta: un lenguaje urgente, casi sin metáforas, sentido más que pensado. Una desenvoltura frágil y directa, casi alegre si no fuera porque los motivos que le arrastran son la soledad y la rebelión ante el fracaso sentimental. Lo notable es que lo acompaña con un talentoso cuidado de la rima y el ritmo, elementos no tan corrientes en la poesía contemporánea. El hecho de que en su caso se ciña a su entorno relacional como leitmotiv de su expresión poética, es un universal. A veces, la mecha del arte prende por ahí, en lo inmediato íntimo y en la relación con los próximos. Y luego se afina, deriva hacia otros universales (la muerte, el paso del tiempo, el esplendor de la vida, la fusión o la integración del yo con las apariencias o esencias, etc.). Sin embargo, lo que diferencia lo universal de lo tópico, difícilmente discernible, a veces incluso, en grandes voces poéticas es, en primer lugar, el manejo de la forma. Pintar una mujer es un tópico, pero si lo hacen Modigliani, Picasso o Shiele, se convierte en un universal. Para ello, a la forma hay que añadir lo más importante: el fondo. Cualquiera puede salir de Bellas Artes con flamante diploma y dibujar santos. Sin embargo, no va a pintar universales, va a pintar tópicos. ¿Cuál es la línea crítica que separa los dos resultados? En mis tiempos jóvenes, cuando mirábamos una obra, teníamos una expresión: “Tiene magma”, un decir como otros, en castellano castizo: “tiene tripas”, o “tiene agallas”. Si hay fondo, la forma es un proceso de aprendizaje. Si hay forma sin fondo hay trivialidad y manierismo. El fondo no se inventa. Te habita. Todo este circunloquio para qué. Pues para reiterar que la escritura de Mireya tiene magma.

 

 

Josetxo Dealza.

Ceramista, escultor y escritor.

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